Dirigida en 1980 por Martin Scorsese sobre un guión de Mardik Martin y el también realizador Paul Schrader, esta película es una de las mejores obras de su autor y del cine norteamericano de su época. El toro salvaje del título no es otro que el boxeador Jake La Motta (Robert De Niro), un italoamericano de clase baja que experimenta una irresistible ascensión en el mundo del ring a la vez que una imparable decadencia en sus relaciones con los demás, marcadas por su carácter violento y neurótico.
No se trata, sin embargo, de una película de boxeo, ni tampoco de un retrato de época a pesar de la evocadora fotografía de Michael Chapman: lo que le importa a Scorsese, como en el resto de sus films, es mostrar el progresivo descenso a los infiernos de un ser humano que finalmente se niega a que le consideren un animal. Y es entonces en la penumbra de una cochambrosa celda, en un momento en el que ya no puede caer más bajo, cuando alcanza la deseada redención: como dice la cita bíblica con la que termina el film, antes era ciego y ahora ve. Toda esta carga religiosa, no obstante, no se ofrece al espectador en forma de film de tesis.
Lo más atractivo de 'Toro salvaje', muy al contrario, es la fisicidad de su puesta en escenam el desgarro de la interpretación de Robert De Niro -ganador de un Óscar por el esfuerzo- y el enérgico aliento naturalista de escenarios y montaje -a cargo de Thelma Schoonmaker, esposa del fallecido Michael Powell-. Y es en ese estadio, en el del estilizado realismo tan caro al Scorsese de la época, donde la película se ve capaz de integrar todas sus propuestas: decadencia y una fábula metafísica sobre la dificultad de sobrevivir en ella.
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